Rivera García, Emilio Rubén
Sua-bbatum
El paro que salvó
el mundo
Bajas del camión,
tal vez empujando a alguien. Corres a través del aire frío de la noche. Llegas
al zaguán de tu casa, pero como no traes llave tocas el timbre insistentemente.
Sale tu mamá a abrirte; tú te pasas y ni la saludas. Son las once en punto. Aunque
quisieras, no vas a dormir tus ocho horas completas, pero la costumbre y la
falta de tiempo no te permiten lamentarlo.
Atraviesas la sala,
te diriges a tu cuarto, buscas tu mochila y enciendes la laptop. Respiras,
recobras tu pulso mientras tu sudor se seca. Piensas que aún tienes tiempo,
pues apenas son las once. De pronto, en la pantalla, el sistema operativo de
Windows ha encontrado oportuno hacer una de sus típicas actualizaciones.
A pesar de la
frustración, aprovechas la situación para ir a la cocina por un pedazo de pan,
o talvez unas galletas, fruta o una taza de café. Tu madre te observa en
silencio. Aún no te perdona que te hayas pasado sin saludarla. Tomas tu celular
e intentas acceder a tus archivos desde la nube. Tus piernas tiemblan impacientes
y desesperadas, no pueden hacer nada en este momento. Todo recae en la
habilidad de tus dedos. Te llega una notificación en Twitter, una cosa de la
UNAM o algo así, pero la borras inmediatamente. No te puedes distraer.
¡Listo! Encontraste
tus documentos. Vuelves a tu habitación; la actualización va al 28%. Te
dispones a continuar con tu tarea: un resumen a medio terminar y la redacción
de una columna periodística para la cual no sabes ni de qué hablar. Buscas
ejemplos en la página web de El Universal
para inspirarte, pero la mayoría son sobre AMLO y sus metidas de pata.
Nueva estrategia:
un tema que domines, como los tenis de Tepito, los derechos LGBTTTIQ, la
Guardia Nacional o el feminicidio en México. Ya lo tienes. Empiezas las
primeras líneas pero son pura basura. Vuelves a empezar. La actualización va al
65%. Ya tienes el primer párrafo, y es una buena entrada. Continúas redactando.
Tienes mucho sueño, pero no te detienes.
Entra tu mamá al
cuarto para despedirse. Tú apenas reparas en ella. Eso le molesta. Te reclama.
Comienza una discusión inoportuna por ahí de las 12:15 am. Le pides que no te
distraiga y eso la hiere más. Que ya no la quieres, que eres egoísta, que nunca
estás en casa, que ni la has felicitado… Y pues sí, ya pasan de las doce, es su
cumpleaños. Todo te parece una exageración de su parte, pero es tu madre, tu
melodramática y obstinada madre. La actualización va al 94%.
Son las 12:45 am y
ella sigue aferrada a la discusión. Piensas que no vas a dormir nada esa noche
y no puedes llegar tarde a la primera clase porque tienes exposición. ¡Con un
demonio, la exposición! ¡Te olvidaste de la exposición! No has enviado tu parte
y nadie ha hecho la presentación en diapositivas. Vas al grupo de WhatsApp y le
escribes a tu equipo, ellos te dicen que tampoco han terminado su parte, pero
que no hay problema por lo del paro. La actualización terminó.
Preguntas de qué
paro están hablando. Resulta que toda la semana los estudiantes tomaron la
facultad y al parecer las instalaciones también cerrarán el sábado. Miras la
laptop y ves que todo el mundo habla de eso en las redes sociales.
Suspiras. El alivio
te abraza y lentamente la tensión de tus hombros va desapareciendo. Vas a la
habitación de tu mamá, quien, indignada porque la dejaste hablando sola, decidió
ir a dormir. Le pides una disculpa y le propones ir a desayunar al siguiente
día. Ella acepta. Te vas a la cama con una sonrisa irónica y dices en tu mente:
«y yo que juraba que los paros no servían para nada».
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