Las musas huérfanas
Rubén García
Obras que valen la pena son raras de encontrar, sin embargo, esta semana corresponde hablar de una puesta en escena exquisita en muchos sentidos. Se trata de Las musas huérfanas, obra del muy celebrado dramaturgo canadiense Michel Marc Bouchard, llevada a cabo bajo la dirección de Boris Schoemann, la cual presenta temporada en el teatro La Capilla.
Los 4 Gatos es la compañía encarga de dar vida a la obra. El elenco, integrado por Indira Pensado, Carmen Mastache, Llever Áiza y Tania González, representa a los hermanos Tanguay, quienes viven en el pueblo de Saint-Ludger de Milot, al norte de la ciudad de Quebec, en la década de los sesenta.
Por razones inesperadas, los cuatro hermanos se reúnen después de varios años, justo el día Sábado de Gloria. El reencuentro vendrá acompañado de confrontaciones, risas, remembranzas y sorpresas; una de ellas es el presunto regreso de su madre, quien los abandonó en su infancia. ¿Será que la familia Tanguay está lista para ver el retorno de la mujer que les dió la vida? ¿Serán capaces de sanar las heridas del pasado?
La brillantez de esta obra recae en su capacidad para hacer manifiesto lo interno sin depender de elementos físicos excesivos. Para el desarrollo de la acción sólo se ha tomado lo necesario, no se ha perdido el tiempo en recrear físicamente los espacios, sino que estos se construyen dentro de la imaginación del espectador guiada por el trabajo actoral. Cuando el proceso creativo de un grupo de artistas se libera, basta con una mesa y cuatro sillas para contar una historia.
Los cuatro actores hacen un trabajo estupendo, sin embargo el más destacado e intachable corresponde a Indira Pensado, quien interpreta a Martina de una manera tan acertada y firme, que uno es capaz de sentir cada palpitar del personaje en cada momento. Por su parte, Carmen Mastache (Isabel) brilla por la adecuada exposición de los matices de su personaje. Es quizás Tania González (Catalina) la que menos destaca, pues no logra subir al nivel de sus contrapartes, pero cabe aclarar que es una brecha mínima. Finalmente, Llever Áiza (Luc) nos regala un personaje interesante, pero que en ocasiones escapa a las sendas del terreno formal y pierde fuerza.
Hay también un par de chistes que entran en disonancia, se notan forzados y terminan por sacar momentáneamente al espectador de su entrega al mundo de la ficción. No olvidemos que el fin supremo de una comedia, por difícil que suene, no es hacer reír al público; la risa es, en todo caso, resultado o consecuencia, mas no el fin en sí mismo.
Empero, los detalles negativos son los menos. En general, Las musas huérfanas es una obra capaz de hacer vibrar las cuerdas de la sensibilidad y de la reflexión. Expone a la sociedad, expone a los seres humanos, cuestiona y crítica. Toda obra que sea capaz de hacer esto mientras infunde magia en el espíritu del público, es y seguirá siendo una firme recomendación.